sábado, 15 de enero de 2011

CUENTOS QUE SON REALIDAD.

CUENTOS QUE SON REALIDAD.
Pronto yo ya me encontraba en la preparatoria. El camino se me había hecho demasiado corto. Quizás mi mente también estaba ocupada en el asunto Kaulitz.
No es que no le creyera a Jeanette. Es que era impresionante que después de tanto tiempo de que ella soñaba con encontrarse con él y demás, pasara. Era como para estar en shock durante un buen tiempo.
Esto era un cuento. Un cuento que era realidad.
¿Quién pensaría que un día sus mas anhelados sueños, serian cumplidos y que los vivirían? ¿La respuesta? .Muy sencilla, nadie imagina que sus metas serán cumplidas. Nos dedicamos a amar esos momentos tan preciados que vivimos en los brazos de Morfeo y deseamos nunca despertar. Para así no tener ese brutal choque con la realidad.
Heridas sangrantes, heridas que supuran dolor y soledad que termina por hundirnos en la desesperación, de no poder vivir dormidos como quisiéramos.
Pero quizás si no despertáramos cada mañana no amaríamos tanto aquello que esperamos todo el día.
La noche, esa noche que nos brinda la posibilidad de llegar a donde sea. Cuando sea y como sea.
Sin lugar a dudas, mi lugar preferido es la noche. Puedo soñar, amar, vivir sin restricciones.
Pero ahora, los sueños de mi hermana se materializaban. ¿Podría ella soportarlo? ¿Podrá controlarlo? , Por qué una cosa es soñar y otra es saber manejar la realidad. Actuar con cordura y no por impulso.
Estaba consciente de que ella podría manejarlo. Sin lugar a dudas, aquella chica que me había brindado tanto apoyo cuando lo necesitaba. Ahora requería que le regresara el favor.
Y lo haría. Claro que sí.
Necesitaba de mucha ayuda. Tom no era un hombre fácil por así decirlo. Era muy complicado. De gustos extravagantes.
¡Mira que le atraigan las chicas con el cabello pintado de colores extraños! Eso es de locos.
Al menos a mi no me gustaban el tipo de chicos como él. Y creo que jamás pasaría. Mi corazón no estaba en el estado de enamorarse de nuevo. Si a mi forma de amar se le podía llamar así. “Amar”
Me gustaban más del tipo soñador. Y para estas épocas, no existía en la faz de la tierra ningún hombre así. Se había extinto junto con los dinosaurios.
Ahora que si nos vamos a comparaciones, entre Jeanette y yo había un equilibrio. Ella gustaba de los hombres como Tom. Y yo gustaba más del tipo de hombre como Romeo. Mi prototipo de chico sería algo así como: El romanticismo de alguien que vivió en la época medieval, combinado con la sobreprotección de un personaje de novela de fantasía. Un Edward Cullen quizá. Y claro lo más importante, que le importe el interior. La belleza del alma, no la apariencia física. No pedía mucho.
Al menos para mí no era mucho.
En cambio mi hermana ya tenía bien definido que chico quería. Y ese llevaba por nombre: Tom Kaulitz Trümper. Un alemán bien parecido, guitarrista de una banda y que tenía fama de mujeriego. Claro sin hacer por un lado que le llevaba tres años de diferencia de edad. Y que le encantaba parrandear.
Para ella era simplemente perfecto. Todo un adonis. Y no podía juzgarla, el gusto se rompe en géneros.
Tom era el guitarrista de Tokio Hotel. Mi banda favorita, pero era muy inusual en mí que ninguno de los integrantes me atrajese. La mayoría de las fans de Tokio Hotel que yo conocía por medio de un club de fans, no podían creerlo. Creo que hasta me tachaban de fenómeno.
Justo como eso me sentía. Un fenómeno que debía estar en otra época no en esta. Quizá el siglo VIII viviendo en un pueblecillo de Europa. Me hubiese gustado ser un personaje de Shakespeare y no vivir en la cruda muy cruda verdad de la vida.
Pronto me di cuenta que tenía que entrar a clases. Trigonometría, con Tannen.
Era una de las materias más temidas, por dos cosas. La maestra y lo tedioso de estudiar ese montón de números y demás.
A mí la verdad me tenía sin cuidado, era una de las materias que yo más detestaba, pero la pasaba con un digno ocho de calificación. Yo podía subir esa calificación, pero no estaba de ánimos para hacerlo. Y menos desvelada.
Camine hasta el salón trescientos del edificio seis. Allí estaba mi primera clase.
Entré desganada y tomé asiento en mi pupitre. Y este estaba muy cerca de la puerta. Así ni me pegaría el sol y cuando la campana tocara saldría antes que nadie.
Cuando yo ya me encontraba acomodada, la maestra se sorprendió de verme allí tan temprano. Y sola.
--¿Por qué en soledad señorita?—Me cuestiono con inusual interés— ¿Acaso se perdió en el triángulo de las bermudas su inseparable compinche?
--No—Le expliqué con cara de pocos amigos—Está enferma. Tiene Neumonía.
--¡Oh!—Se exaltó—Menos mal que se quedo en su casa a guardar reposo, sería muy repugnante que nos contagiase a todos.
No me fue de buen gusto el comentario de esa maestra. La fulminé con una mirada de odio.
--Aja…--Eché a rodar las pupilas.
A escasos minutos de haber comenzado nuestra incómoda platica, el salón de clases ya estaba lleno. Y la profesora comenzó a dictar el tema.
Me sentía aliviada. No quería cruzar ni una palabra más con esa señora.
Mire mi muñeca y vi la hora. Aun Jeanette seguiría dormida. Faltaban quince minutos para que sonara la alarma. A las ocho según mis cálculos ya estaría en camino para ver a Tom. A esas horas yo le enviaría un mensaje de texto recordándole que él no debía tocarla, ni siquiera por accidente.
Ella me lo había pedido en la noche y debía cumplir una promesa. Así que tenía que estar alerta a la hora y ser precavida para que no me atraparan usando mi celular en horas de clase.
La maestra solicitó atención al grupo y comenzó a hablar de nuevo. Serían dos horas muy largas de clase de trigonometría.
Al principio sí le tome atención a la maestra, pero después me vi inmersa en mis pensamientos. Aquellos ojos cafés, penetrantes, que me habían mirado con tal hostilidad, habían quedado grabados en mi memoria. Apareciendo en momentos inesperados, como lo era en clase. Y a decir verdad me hubiese gustado que esa mirada me distrajese en la clase de Literatura con Banner. No con Tannen.
Era gracioso. Los apellidos de los profesores eran similares. Tannen…Banner…Banner…Tannen. Casi iguales.
¿Y qué momentos eran estos para ponerme a pensar en la similitud de los apellidos? No era el más adecuado. Pero la campana del cambio de clases me había despabilado. Justo a tiempo.
Seguramente Jeanette ya estaría despierta, era momento de enviarle aquel mensaje de texto.
No sabía a ciencia cierta qué hora era y la verdad no le di importancia alguna. Solo tome el celular y comencé a escribir:
Jeanette:
Recuerda, cuando estés con Tom. Nada de Besos en la mejilla, ni saludos de mano.
Tú conoces a ese hombre mejor que nadie. Actúa con prudencia. No por impulso.
Piensa las cosas dos veces.

Te quiero
Diana.
Envié el mensaje y de nuevo puse atención a la maestra. Realmente esperaba que ese mensaje le sirviera de algo.

Miré la pizarra y comencé a tomar notas.

Siete y media de la mañana. Un estúpido reloj me despertó de mis sueños. ¿Qué soñaba? Respuesta sencilla, Tom Kaulitz. Estaba en cada recoveco de mi mente. No podía dejar de soñar despierta o dormida con él.
Cuando abrí los ojos para apagar aquel alboroto vi una nota amarillo chillante delante de mí. Me senté y tomé aquel papel, para leerlo.

Reconocí la letra. Redondita y bien hecha, letra de molde y gramática perfecta. Sin lugar a dudas era una nota de Diana.
Esa hermana mía tan detallista supongo, que se tomo la molestia de dejarme una nota, diciendo quien sabe que cosas.
No tenía ganas de leer. Pero quizá sería algo importante. La nota no decía nada más que:
Jeanette:
Si estás leyendo esto son las 7:30 am, debes levantarte.
Recuerda que hoy debes ver a Tom. Creo que eso por nada del mundo lo olvidaras, así que Dúchate, arréglate y por favor desayuna. Te deje algo hecho. Está en la mesa.
Llama a un servicio de taxis para que te dejen en tu destino.
El número está en la hielera.
Te quiere.
Diana
En efecto. Ella se preocupaba demasiado por mí. Se lo agradecía, pero no tenía la capacidad para desayunar en estos momentos.

Primero porque me sentía desmayar. Hoy vería a mi Tom. Me gustaba como se oía aquello. “Mi” Tom. Pero me había prometido a mi misma no hacerme ilusiones. Y así debía ser.

Me levante de la cama e inmediatamente me fui a bañar, no deseaba llegar tarde a mi encuentro. Y tampoco iría oliendo a cerdito correteado.

Sería una ducha rápida, aún tenía varias cosas por hacer aun. Debía cambiarme, llamar al servicio de taxis y buscar a Tom.

No era difícil, pero en tampoco tiempo, era una hazaña que requería de toda mi atención.

La ducha fue de menos de quince minutos quizás unos diez. Ahora tenía que hallar una prenda que si me quedara del closet de Diana. Con eso que ella estaba terca, con sus supuestas lonjas. Y también estaba segura de que esa mujer hacía dietas a mis espaldas. Su ropa cada vez era más pequeña. Y hecha a la medida. Cuando se la ponía parecía un fideo vestido.

Encontraría otro momento para reclamarle eso. Ahora necesitaba una blusa que ponerme. El pantalón, tendría que usar el mío. No me quedaría ni en un brazo el pantalón de Diana por mucho que yo lo intentase.
Pronto encontré una blusa mía. Al parecer la guardo limpia y planchada en su closet. Ella siempre guardaba las cosas que yo olvidaba en su casa. Las dejaba relucientes de limpias, con olor a sus suavizantes de ropa, lógicamente planchadas y en un gancho, colgadas en su closet.

La tomé y me la puse. Me hice una coleta con el cabello húmedo para verme bien. Pronto se ondularía mi cabello y sería imposible de domar, por mucha crema para peinar y moose que le pusiera.

Me puse el pantalón, los zapatos y use me puse perfume. Fue el primero que encontré en el tocador de la habitación de Diana.

Baje las escaleras y desde allí se veía el desayuno que ella me había dejado. No lo toque sentía algo raro en el estómago. Como cuando te subes a una montaña rusa, y el cochecito está a punto de bajar la parte más alta de ese juego. Es algo parecido al vértigo supongo.

Me fui derechito a la hielera, tome el inalámbrico y marqué al servicio de taxis. Necesitaba irme ya. O llegaría tarde y eso era lo que menos quería.

Le di la dirección de la casa de Diana al tipo que me atendía y me dijo que llegarían en unos cinco minutos a la casa por mí. Eso me daría tiempo de llamar a Tom, para que me diese la dirección del hotel.

Tomé mi celular y marqué los dígitos. Comenzó a sonar el tan conocido pitido cuando uno espera a que le contesten la llamada. Y fue allí cuando esa voz tan seductora me contesto en ingles:

--¿Hola?—Su voz me derretía.
--Hola—Trate de aguantar la respiración, si no se notaría la histeria en mi voz—Soy la chica a la que le deshiciste la camioneta. ¿Recuerdas?
--Si, si—Admitió, al parecer divertido por el incidente—Eres muy puntual ¿No crees?

Tenía varias respuestas posibles para darle a Tom. Pero todas estaban bien nutridas de sarcasmo.

--Creo que mi camioneta se merece algo de atención—Trate de decirlo lo más calmada posible.
--Tienes razón—Creí haber oído una risilla—Bueno entonces ¿Ya estas afuera del hotel?
--No—Replique—Por eso te llamo, necesito la dirección. Si no es mucha molestia claro.
--Por supuesto que no—Comenzó a hablar—Toma nota.
--Claro—Agarré la pequeña libreta de la lista del súper y comencé a escribir—Dime

Tom comenzó a hablarme, claro era ingles eso que ni que. Pero por lo mismo que era de otro país trato de decirme las cosas lo más claro posible. Al parecer aun le costaba trabajo el inglés. A parte alguien le estaba dando a él también la dirección. Por lógica no sabía moverse en México.

Tome nota de todo lo que me decía. Incluso creo haber escrito un “hahahaha” y también creo haberme quedado idiotizada oyendo su voz, cuando me repetía la dirección.

Cuando al fin terminó me quede petrificada allí con el celular pegado a la oreja.

--¿Tomaste bien la dirección?—Pregunto

Yo seguía pensando en su seductora voz. No le hice caso al instante que me hablo.

--¡Hey! ¿Estás allí?—Me pregunto de nuevo.
--Si, si—Conteste tratando de oírme lo más despreocupada posible—Es solo que mi servicio del taxi acaba de llegar. Así que nos vemos en tu hotel. Adiós

No le di tiempo siquiera de que me contestara. Únicamente le colgué, de haberme quedado más tiempo escuchando su voz, me desmayaría.

Y no fue mentira aquello que le había dicho a Tom. Ya había llegado el servicio. Puse el inalámbrico en su base y salí a la puerta a recibir al chofer que me llevaría a mi destino.

Inmediatamente me pregunto a donde iba. Le pedí que me esperara que hasta yo trajera la dirección. Únicamente lo que hice fue arrancar la hoja y copiarla de nuevo. Así yo me quedaría con una y le daría la copia al chofer.
Salí de casa solamente con mi cartera y mi celular. ¿Llaves? No, no tenía, era la casa de Diana, ella era la única que tenía llaves y al parecer estas estaban en su ropa mojada de hacía 2 días en un cesto de ropa sucia. ¿Dónde? No tenía la menor idea.

Cerré la puerta de la casa y me dirigí hasta el taxi. Muy amablemente el chofer me abrió la puerta como todo un caballero y también cerro mi portezuela.
Subió al auto, lo encendió y emprendimos el viaje

Me temblaban las manos, estaba nerviosa. ¿Y cómo no? Era Tom. Y también tenía que controlarme porque como decía Diana yo era la persona que mejor lo conocía. Bueno a decir verdad ese era Bill.
Yo sería algo así como la tercera persona que mejor lo conocía. Pero lo conocía y sabía cada una de sus manías y como pensaba.
Me ordené a mi misma que debía comportarme. No caería en las redes de Tom. No sería una más de ese puñado de chicas que están a sus pies esperando a que a él se le antoje pasar la noche con una chica.
Estaba segura que en mi cabeza había una voz que me mal aconsejaba. Me decía que yo debería de dejarme de estupideces y si a Tom se le antojase tener sexo, lo hiciera ¿Qué más podía pedir? Conocí a mi tan anhelado sueño, hable por celular con él y estaba en camino hacía su hotel. Ahora si él me pidiera estar a solas en una habitación ¿Me haría del rogar?
¡Sí! Me haría del rogar, primero porque no soy ninguna clase de juguete que se acueste con cualquier famoso al que se le antoje. Tengo dignidad y además yo solo iba a ese hotel para cobrar los daños de mi camioneta. Y nada más para eso.
No estaba dispuesta a tolerar de ninguna manera, una insinuación de Tom. Yo no soy una callejera y mucho menos una grupie.
A mí me respetaría. Le gustase o no.
Y segundo, yo solamente tendría relaciones sexuales con el hombre que realmente yo amase. No con un guitarrista que se las da de seductor.
Solo había dos formas para tenerme de esa forma. La primera casándose conmigo y la segunda, que a mi juicio ese hombre sea el amor de mi vida. De otra forma no la hay.
Me disputaba en una batalla de opiniones en mi cabeza. Por una lado mi yo interno que deseaba una noche de interminable pasión con Tom y por otro lado mi yo interno que pensaba con cordura y con la cabeza. No con otras partes del cuerpo.
Y a mí me gustaba más la forma de pensar de mí yo cuerdo. No la otra.
Quizá si diana estuviese conmigo, me aconsejaría que hacer. A veces cometo errores por atrabancada y quizás si yo me dejara llevar en estos instantes me arrepentiría seguramente. Y más si tuviese consecuencias.
El chofer me anuncio que ya habíamos llegado. Paro el auto, se bajo del mismo para abrirme la puerta.
Me baje del vehículo, agradecí el servicio le pague el monto que marco el taxímetro. Inhalé profundo y camine hasta el vestíbulo. Ya allí me quede perpleja, era demasiado lujo. Mucha chapa de oro a mi parecer. Sentía que de tanto brillo se me freirían las pupilas. Saqué mí celular del bolsillo de mi chaqueta y marque el número de Tom.
Una vez más los nervios de la llamada. Trate de controlarme y no hiperventilar.
Oí su voz de nuevo, casi gritaba de la emoción. Pero me contuve. Una vez más tendría que hablar en inglés. No se me dificultaba pero bueno estaba nerviosa.
Al fin Tom contesto. Me escuchaba rara diciendo eso para mí misma.
--¿Hola?—Menciono con su dulce voz.
--Hola. Soy yo. La chica de la Lincoln—Le recordé por si no ubicaba quien era yo.
--Si, te recuerdo—Rio—Sabes mejor dime tu nombre ¿Te parece bien?—Inquirió—Creo que debo saber el nombre de la persona a la que le arruine la camioneta.
--Bien—Menos mal que aceptaba las cosas que hacía—Me llamo Jeanette
--Jean ¿Qué?—Pregunto preocupado
--Jeanette—Le recalque—Jean… ette
--No sé como se dice eso—Lo dijo como si nada— ¿De qué país es el nombre?
--Francia—Puse los ojos en blanco. ¿Qué clase de pregunta era esa?
--Con razón—Rio—Yo soy alemán.
Obviamente eres alemán, no hace falta pensarlo mucho. Tan solo el acento que tiene. ¿Y que esperaba que me llamara Hitler o qué?
--Bueno ya te dije mi nombre—Le recordé—Si no es mucha molestia me puedes decir el numero de tu habitación
--Claro… Jean… Jean…—No pudo siquiera decirlo. Y al parecer lo intento—Es el 483
¿Qué coincidencia no? Tiene el número de habitación del que hablan en su disco “Zimmer 483” Per bueno que más podía hacer.
--Bien voy para allá—Le dije y le colgué de nuevo.
Camine hacia los ascensores. Pero antes pregunte a la encargada del mostrador donde estaba la habitación 483. Ella me miró de pies a cabeza como si dudara de que yo me hospedara allí. Cosa que era verdad, pero su mirada como de asco me ofendió.
Inmediatamente me di la vuelta y de nuevo marque el celular de Tom. Le diría que no me dejaban subir a elevadores. Haber que hacía
--¿Hola?—Su hechizante vos de nuevo.
--Tom, no me dejan subir a los elevadores—Le informe sin darme cuenta que lo había tuteado
--Jean… Jean… ¿Jeanicht?—Se había equivocado, pero era tan dulce, que no le reclame.
--Si—Seguí contándole mi queja—Dime a que piso debo llegar, me iré por las escaleras.
--Piso 21—Me dijo— ¿Cómo que no te dejan subir?
--Pues no me dejan. La señorita que atiende no me lo permite así que me iré por las escaleras—le colgué
Le lancé una mirada de desprecio a la petulante esa. Y camine hasta los ascensores. Me introduje en uno de ellos y apreté el botón que tenía en número 21.
Y comenzó a subir la caja de metal.
Mi celular vibro. Lo saque de mi bolsillo y era un mensaje, de un número que no conocía. Lo leí y de inmediato supe de quien era. Estaba en ingles y mi nombre estaba mal escrito. Era Tom.
Jeanicht, ya arregle lo de los ascensores puedes subir.
Tom.
Brinque de la emoción en el elevador. Menos mal que estaba sola, podía brincar cuanto quisiera y nadie me diría nada, ni me miraría raro.
Pronto llegaría al piso siguiente y seguramente se subiría alguien. Así que dejé la emoción por un lado.
Tal como lo había predicho, un anciano se subió y me miro de una forma a mi parecer sucia. No miraba mis ojos ni mucho menos. Si no mi pecho. ¡Pero qué asco de tipo!
Le mire con desdén y al parecer dejo sus sucios pensamientos por un rato. Digo no es de muy buen gusto que te pases piso tras piso viéndole el trasero a alguien. Condenado viejecito mal pensado.
Solo faltaba un piso para llegar a mi destino. Y para mi buena suerte, el anciano sucio se bajo en el piso veinte.
Estaba a escasos segundos de encontrarme con Tom de nuevo. Y así fue se abrieron las puertas y me dije hacia mis adentros “No pasa nada, no te comerá. Tu puedes” y salí del ascensor.
Y allí estaba él. Con esa camisa rosa que tanto me encantaba, el paliacate negro en la cabeza. Con una pierna cruzada detrás de la otra, brazos cruzados también, un hombro contra la pared y claro toqueteándose su perforación en el labio.
Cuando las puertas se abrieron únicamente dirigió su mirada en mi dirección. Mojo sus labios con la lengua y enarcó una ceja.
Salí del elevador. Esa escena me había subido la temperatura, sentía la boca seca. Y que me quemaba en vida. Sin olvidar que me temblaban las piernas.
Me acerqué tratando de controlar mis instintos primitivos.
La reacción de Tom me dejo helada. Me miro de pies a cabeza con una mirada seductora, que estaba despertando mis más bajas pasiones. Estaba tratando de contenerme, pero con ese hombre enfrente de mí era imposible.
Una vez más me miro de arriba abajo, se mojo los labios lentamente con la lengua y se acercó a mí.
Primero me saludo de mano, presentándose como Tom Kaulitz y después se me acercó peligrosamente para darme un beso en la mejilla. Pude olfatear su loción era tan… tan… tan como él.
Traté de aspirar todo aquel delicioso aroma que pude. Quería conservarlo en mi memoria y nunca olvidarlo. Tom tocó mi hombro, sentí pasar millones de watts de energía por mi piel. Me condujo hasta lo que parecía su habitación. E ella había una pequeña como salita, con comedor. Me invito a pasar y me indicó donde me podía sentar.
Realmente tenía que sentarme o me desmayaría allí mismo. Yo ya estaba sudando de el esfuerzo tan grande que significaba para mí contenerme y no abalanzarme sobre Tom y besarlo hasta que los labios se le acabaran.
El se acomodó las trenzas y se sentó justo en la silla que estaba en frente mío y me sonrió. Después se acomodó en el respaldo y se sentó como lo hacía siempre, todo relajado y con sus típicos pantalones extra grandes. Todo él me encantaba.
Me miró como si quisiese saber que era lo que pensaba. Se acerco de nuevo a mí de forma peligrosa. Y estiro la piel de sus mejillas, era tan sensual cuando hacía eso.
Incluso en mi mente pude imaginarme tomándole el rostro con ambas manos y besarlo hasta que me faltara el aire.
Se levantó de su asiento y se dirigió a su ventana. Abrió las cortinas y de nuevo se sentó en su silla.
--Si no hay luz no puedo ver tus ojos—Me dijo.
Yo solo pude sonreírle, estaba al borde del infarto.
--Bien—Entre cruzo los dedos de las manos. Se había puesto serio. Incluso serio era sexy—Así que… Comencemos a hablar de cifras.
Asentí con la cabeza. No tenía ni idea de que contestarle. Mi mente estaba totalmente concentrada en contener mis más bajos deseos.
Pude oír en el sepulcral silencio que había en aquel cuarto un gruñido de tripas. Mi estomago no era, de eso estaba totalmente segura.
Y como no había otra persona conmigo más que Tom. Debía ser su estomago.
Y estaba en lo cierto, el también se percato de que su estomago estaba hambriento. Se ruborizo y me sonrió una vez más. Al parecer estaba apenado, por la imprudencia de su barriga.
Vaciló en decirme algo. Hasta que por fin lo dejo salir.
--¿Gustas algo de desayunar?—Pregunto con las mejillas rosadas. Aun estaba apenado.
--Claro—Yo moría de hambre como él. No había comido nada
--¿Y bien que apeteces?—Me preguntó
--¿Qué hay en el menú?—Inquirí
--Pues tenemos—Tomo una carta de menú que había sobre la mesa. Seguramente del servicio a la habitación—Tenemos—Vacilo una vez más para decírmelo—Tenemos… Tom con frutas rojas, Tom con mantequilla y una bola de helado—Ay pero que ocurrente es este hombre, me dije hacia mis adentros—Y todo indica que yo seré tu desayuno.
--Se me ha ido el hambre de pronto—Tom era tan ególatra. Pero aun así me causaba risa—Creo que no apetezco.
--bueno—Hecho sus pupilas a rodar—Si se te antoja algo, solo marca en el teléfono *0 y pide lo que quieras.
--Ok.
--Yo mientras me cambio, esta camisa me está asando—Simulo que sus manos eran un abanico y se echaba aire con ellas.
--Aha…—Solo pude decir eso.
Tom enfrente de mí se deshizo de sus camisas, una blanca y la que traía el estampado. Dejo al descubierto sus músculos ante mí. Si no se iba pronto a cambiarse estaba segura que allí pasaría algo más.
Y él me estaba seduciendo. Mis ojos lograron captar gotas de sudor corriendo por su cuerpo. Eso lo hacía aun más sensual. Y aparte esas miradillas que me lanzaba me estaban volviendo completamente ¡LOCA! No soportaría más este jueguito. Él no perdía nada, yo solo era una más, pero yo si lo perdía todo.
Tenía que poner todo de mi parte, para no permitir ninguna estupidez de mi parte.


De pronto mi estomago gruñó al igual que el de Tom. Era inevitable, tenía que aceptar la oferta. Llamaría al servicio a la habitación. Moría de hambre.
A diferencia de Diana yo sí comía, sin importar lo que estuviera delante de mí. Yo simplemente me lo jambaba.
Le eché una ojeada a la carta del menú. Y lo primero que pude ver fue “Waffles”, se me antojaban unos, con un buen vaso de leche ó quizás un buen café americano.
Busqué el teléfono con la mirada, per por ningún lado lograba encontrarlo. Me levanté de mi asiento y me dirigí hacía donde hacia un rato Tom acababa de entrar. Debía preguntarle donde estaba su teléfono.
Toqué la pequeña puerta corrediza y pedí permiso para pasar. Él me dijo que pasara, y así mismo lo hice. ¿Pero quién se hubiera imaginado que él estaría ahora si totalmente seductor? .Sentado al pie de su cama, viendo hacia la ventana, secándose el sudor de la cabeza y de sus trenzas con una pequeña toalla de mano. Los músculos de su espalda se marcaban, sobre todo los de los brazos y la espalda baja.
Tragué con trabajo mi propia saliva y le pregunté por su teléfono. Él se dio la vuelta y me miro sobre su hombro. Sacó algo que estaba alado de su pierna derecha. Y me lo mostró. “Aquí esta me dijo él” Y yo lo único que pude hacer fue arrebatárselo de la mano y volver por donde vine. Tenía que ser educada, solté un pequeño “Gracias” antes de cerrar aquella puerta corrediza de nuevo.
Marqué el famoso *0 y pedí waffles, algo de frutas rojas y un poco de azúcar glass. ¿Qué porque pedí todo eso? .Como antes ya lo había dicho. Yo me sabía todas las manías de Tom habidas y por haber.
Y un detalle que yo tendría con él, sería pedirle su desayuno favorito ¿Qué mejor tarjeta de presentación que esa?
Pedí las cosas y se suponía que no tardarían. Pero ya sabemos que el 99.99% de lo que dicen en el servicio a la habitación relacionado con el tiempo que demoraran con tu comida, es mentira y el 00.001% de lo que dicen puede llegar a ser verdad.
En resumen me esperaría una larga estadía con Tom. Mucho tiempo libre para que este juego de seducción continuara.
Pronto mi acompañante salió de lo que parecía ser su habitación. Y se sentó en su antiguo lugar. Mirándome de nuevo con esos ojos gatunos que embrujaban, aparte de que se estaba acomodando sus trenzas y con los labios jugueteaba de nuevo con su piercing. Estaba segura que yo ya estaba desvariando. En mi interior ya me había desmayado más de diez veces seguramente. Pero la Jeanette que Tom veía, era fría y hasta altanera.
--Y bien…dime—Comenzó a hablarme— ¿Qué se siente hablar con migo?
¡Por dios! Deberás que se creía el centro del mundo. No era tan importante. ¿Y que de interesante tenía un tipo que no dejaba de juguetear con sus trenzas? Y tampoco dejaba de hablar de él.
Parecía un verdadero perico. Y yo ¿Qué podía hacer más que escucharlo? Bueno si podía hacer algo. Callarlo.
Pero me había salvado la campana. El servicio había llegado ya. Tocaron a la puerta y Tom abrió. Y detrás de un pequeño cochecillo con unas charolas y demás platos había un alfeñique de hombrecillo, todo blandengue y débil.
Aquel espécimen que parecía haber emergido de algún cuento del estilo de “El laberinto de fauno” acomodo las cosas en la mesa y se fue.
Tom al ver los alimentos, esbozó una sonrisa. Tomo asiento y se sirvió su porción de waffles y los roció con aquel polvo blanco que llevaba por nombre azúcar glass. Se sirvió leche y encima de su desayuno roció unas cuantas zarzamoras. Cortó con el tenedor un pedacito y se lo metió a la boca.
Después me miro, como si quisiese decirme “¿A qué hora comes tú?” Lo imité en todo lo que hizo a excepción de las zarzamoras yo le puse encima a mis waffles fresas. Se me apetecían así.
Y entonces comenzó su plática.
--Bueno, háblame de ti—Se metió otro pedacito de waffle a la boca y me dedico toda su atención, mientras masticaba con tranquilidad.
--Pues… ¿Qué quieres saber?—Solo pude contestar con esa pregunta. Y era más que apta. ¿Qué quería que le dijera; Te eh amado desde hace tiempo, sueño contigo y eres lo mejor del mundo para mí? .No le iba a decir eso, por mera lógica—Tú solo pregunta y yo respondo.
--Bien—Pareció gustarle esa oferta—Dime… ¿Cuántos años tienes?
Seguramente se estaba asegurando que si pasaba algo más entre nosotros. Que no lo creo cabe recalcar. No fuese a sufrir una demanda por abuso.
--Diez y ocho—Respondí tajante.
Enarcó las cejas, como si estuviese diciéndose a sí mismo “No está mal”, A decir verdad esta plática se estaba desviando. Yo no iba a darle pie a más jueguitos. Se estaba haciendo… el tonto para que se me olvidase el incidente con mi Lincoln. Yo no lo iba a permitir.
--Tom. Creo que por lo que estoy aquí es…—No me dejo terminar.
--Por mí. Lo sé—Se acomodo una vez más sus trenzas y acercó la silla hacia adelante un poco— ¿Cómo resistirse a un hombre como yo? ¿Qué mejor desayuno que yo?
Hahahaha, que no me hiciera reír. ¿Acaso creía que yo me llenaría con esa miseria? . Él no me tapaba ni una muela.
--Aha…Claro—Había demasiado sarcasmo en mi voz—Como digas.
--¿Lo dudas?— Puso cara de pocos amigos. Herí su ego lo sé.
--No. Es solo que no… eres mi tipo—Y allí estaba la bomba que le acababa de lanzar. La destrucción sería peor que la de Hiroshima. Si le acababa de dar en donde más le dolía a Tom—Eso es sencillamente.
--¿¡Qué!?—Me miro extrañado. Lo sabía. “Torre de control, dimos en el objetivo”
--Lo que acabas de oír, y si no te es mucha molestia. Mejor hablemos de números—Me puse sería—Que mi estadía aquí, es únicamente por mi camioneta.
--Es verdad—Se levantó de la mesa—Andando por tu joya abollada.
--Bien—Me levante. Orgullosa por lo que acababa de hacer.
--Tú solo dime donde vives, llamamos a la grúa, se lleva tu Lincoln y todo esto se acaba—Me explicó.
Sentí un gancho al hígado. Digo yo le acababa de dar su merecido a ese… chico tan seductor y a la vez tan ególatra y narcisista. Pero el me dio un tiro de muerte. SI lo sé, era idiota hacerme ilusiones, pero aun guardaba una pequeña esperanza. Y ese “Y todo esto se acaba” me acababa de romper el corazón en mil pedacitos.
Mi bolsillo vibró. Era mi celular, seguramente un mensaje de mi compañía telefónica anunciándome que había una promoción de recarga de tiempo aire. Saqué el pequeño aparatillo y leí el mensaje de texto.
Jeanette:
Recuerda, cuando estés con Tom. Nada de Besos en la mejilla, ni saludos de mano.
Tú conoces a ese hombre mejor que nadie. Actúa con prudencia. No por impulso.
Piensa las cosas dos veces.

Te quiero
Diana.

Valiente mensaje. Llegaba siglos después de que Tom ya me había saludado. No servía de nada ahora ese recordatorio.
Bueno a decir verdad, no culpaba a Diana. Me había dado una buena idea con sus últimas palabras.
“Tú conoces a ese hombre mejor que nadie. Actúa con prudencia, no por impulso. Piensa las cosas dos veces”
Sabías palabras las de mi hermana. Yo pensaba en hacerle ver su suerte a Tom. No la tendría fácil. Es bien sabido por las verdaderas fans de Tokio Hotel y más de las que aman a Tom. Que a él le atraen las chicas que lo desprecian. ¿Por qué? No tengo idea, quizás es masoquista.
Ahora yo actuaría como toda una verdadera tirana con él. Nada perdía, chance y pasaba algo ¿No?
--¿Te pasa algo?—Me cuestiono.
--No—Le lancé una mirada furtiva—Lo que pienso es… ¿Cómo piensas llevarme a mi casa, si no sabes moverte en esta ciudad? .Quizá en Alemania sepas como ir y venir. Pero esta es mi ciudad, mi país así que yo conduzco.
--¿Tú piensas que te dejare conducir mi auto?—Su cara tomo un gesto de terror— ¡Estás absolutamente loca si piensas eso!
--Bueno, entonces ¡Ilústreme señor yo se me mover en un país que no conozco!—Creo haberle alzado un poco la voz— ¿Cómo piensas llegar hasta allá?
Se quedo pensando un momento. Estaba barajando algo seguramente. Lo conocía, esa forma de contestar tan pícara y esos ojos gatunos café oscuro estaban cambiando constantemente. Desde ojos de diablillo hasta esos típicos ojos de seductor nato que hace… como tratando de dar a entender que tiene placer por algo.
--Pediré un chofer al hotel—Respondió como si fuese lo más natural de la vida—Tan sencillo que es eso.
--¡Haz lo que quieras!—Respondí absolutamente harta.
--Precisamente como hago lo que quiero voy a pedir un chofer—Estaba regodeándose. Esto parecía una guerra
--¡Ya te dije haz lo que se te venga en gana! ¡Mientras a mí me pagues mi auto me vale un comino lo que hagas con tu vida!—Estaba fastidiada de su pose “Yo todo lo puedo”.
Crucé los brazos enfurruñada. ¿Qué creía? ¿Qué me iba a tirar al piso haciéndole alabanzas solo porque es alemán, tiene dinero y está en una banda? Estaba absolutamente perdido si pensaba que yo haría lo mismo que todas las demás mujeres. Que seguramente están huecas y lo obedecen. Conmigo iba a ser diferente. No me iba a dejar pisotear por nadie, por muy atractivo que fuese.
Él iba a aprender la lección. De mi cuenta corría
--¡Hey tú!—Me movió un poco—Vamos al lobí. Ya pedí al chofer.
--Aha…—Bufé y camine fastidiada hasta la puerta—Entonces ¿Muévete no? .Supongo que tienes muchas cosas en tu agenda que hacer. No quiero que te pierdas nada importante. Oh…—Me pare en seco—Y tengo un nombre. No me llamo ¡Hey tú! ¿De acuerdo?
--De acuerdo—Entre cerró los ojos. Seguramente estaba sorprendido por mi actitud— ¿Podrías bajar al lobí por favor Jeanicht?
--Está bien—Le transmití hostilidad tanto a mis ojos como a mi voz—No te costaba nada decir mi nombre aunque fuera mal pronunciado ¿Verdad?
Ni si quiera me percate cuando Tom pidió el servicio de chofer, estaba demasiado ocupada en mis pensamientos. Decidiendo como enseñarle a Tom a respetar. Así fuera en la mínima posibilidad, pero al menos a mi me respetaba.
--¡Oh discúlpame, te recuerdo que soy alemán!—Manoteo en el aire— ¡Soy un total imbécil mal parido que no sabe pronunciar cada estúpido idioma que existe en el maldito mundo!—Se hinchó la venita que pasaba justo en medio de sus ojos, en la frente—Así que si. Me importa muy poco como lo pronuncie no cambiaras mi forma de ser. Jeanicht—Recalco eso ultimo, para hacerme enojar.
--¡Sabes que! Lo comprendo. Tu nombre es tan común que es fácil de pronunciar—Fruncí el ceño. Esto era guerra—En cambio el mío es mas anglosajón y tiene su complejidad. Y que lastima, cara bonita poco cerebro…
En esta guerra yo sería la ganadora. Tom era tan… tan impulsivo, quizás un poco enojón, pero eso lo hacía jodidamente encantador.
Lo mire a los ojos y me postre segura de mi misma, no cambiaría la postura. Por nada del mundo.

Esto era una guerra de egos y de poder. Tom era un hombre al cual no le gustaba perder y para su des fortuna a mi tampoco. También era bien sabido que le gustaba imponerse, que vieran que él es el mejor y de nuevo yo sería su dolor de cabeza, porque si le preguntasen a Diana ella diría que yo soy idéntica a Tom.
Sería un choque de colosos, una guerra épica. Solo el mejor saldría vencedor, haciendo trizas a su oponente.

Y los dos competidores éramos dignos de ser ganadores, pero yo era una guerrera nata. No me dejaba de nada ni de nadie, le costaría sangre a Tom lograr derrocarme y más si me encontraba montada en mi macho.
Que gane el mejor. Y esa seré por obvias razones yo.
Esa chica mexicana, me estaba sacando de quicio. No podía creer tanta soberbia en alguien. ¿Por dios en que pensaba, no estaba viendo quién era yo? Nada más y nada menos que Tom Kaulitz.
Además es totalmente ilógico que no me desee, soy tan… perfecto que no se me resiste nadie. Incluso es muy bien sabido que yo no escojo a las chicas ellas me escogen a mí. Por lo mismo de mi encantadora personalidad y claro mi cuerpo.
Yo era todo un sueño para las mujeres, lo que tanto habían deseado. Claro era una desgracia para los demás hombres existentes que sus novias pensaran en mí y en mi perfección cuando estaban con ellos. Todo eso era tan… malo para ellos. Y tan bueno para mí.
Yo solamente tenía a las mejores mujeres, a las más bellas. Y ellas tenían la fortuna de estar conmigo siquiera una noche.
Lo que no lograba entender es porque esta chica, no se me estaba insinuando como las demás que eh conocido a lo largo de mi vida.
¿Estaba ciega acaso? Era una posibilidad, porque era tan inusual su actitud hacia mí. ¿Tenía algo malo en su cabeza o sus ojos? ¿Qué no veía mi atractivo? Realmente estaba causándome migraña que no se me abalanzara a los pies rogando una noche conmigo y mini Tom.
Incluso cuando entro a mi habitación y me vio sin camisa no mostro ninguna reacción. Ni siquiera se le aloco la hormona. ¿Qué pasaba con ella?
Y como hacer por un lado, cuando me acerqué a ella. Por dios no trastabilló ni un momento. No le dieron ganas de besarme… nada de nada.
Era tan tonto. Tan increíble que ella no sintiera nada a mi lado. Ella era… tan distante conmigo.
Y mira que gritonearme que no se pronunciar su nombre y que únicamente le importase su reparación de la camioneta.
Era tan frívola y tan altanera que a decir verdad estaba comenzando a gustar como me trataba. Era tan poco expresiva, tan ruda… me estaba atrapando.
Mire a aquella chica que me intrigaba. Estaba observándome fijamente con esos ojos cafés y grandes, se veía tan sensual y provocativa. Que me vi en la necesidad de mojarme los labios y ver su trasero. Una vez más.
Me posé detrás de ella para poder observar mejor. Ella no se daría cuenta.
Me di cuenta que era tan atractiva para mí que estaba seguro que mini Tom se emocionaría. Sentía que la temperatura se me subía y que tenía la necesidad de deshacerme de la ropa que traía puesta. Acorralarla en la pared y demostrarle que soy un buen desayuno.
Pero no me atreví. Seguí mirando su atractivo en silencio.

Tom venía detrás de mí. Me estaba mirando el trasero, ¿Qué creía que no lo notaba? ¡Por dios era más obvio que nada!
Tenía pavor que me fuera dar un manotazo en el trasero. Conociéndolo no le faltaban ganas de hacerlo. Y si llegase a tratar de cometerlo yo le tendría que soltar tremendo bofetón en la cara para que calmara su calentura.
Tom me abrió la puerta de su cuarto, por la cual salimos hasta el pasillo, espere un momento para que el pudiese cerrar su habitación.
Fue allí cuando vi al hermano gemelo de Tom. El vocalista de Tokio Hotel Bill Kaulitz. Lucía totalmente bien. No desentonaba de ninguna forma su vestimenta, era muy… sorprendente.
Lo miré y él me sonrió. No me dedico ni un hola. Solo me sonrió y yo por mero reflejo le devolví el gesto.
Diana no me creería el día que yo estaba pasando. Cuando le contara todo lo que sucedió quedara impresionada, seguramente no me creería. Pero de todos modos le contaría que conocí de cerca a los chicos.
Bueno solo a dos de ellos.
Pude notar que Bill le había lanzado una mirada furtiva a Tom. Yo tenía una idea de lo que él pensaba que Tom y yo estábamos haciendo en esa habitación. Pero estaba equivocado, las cosas no eran como parecían. Por muy de telenovela que esto se escuche.
No habíamos… tenido relaciones, eso era seguro. ¿Pero cómo le podía yo explicar a Bill? ¿Acercándome a él y decirle “Bill solo hablamos de negocios”? Está bien que el menor de los Kaulitz sea inocente, pero tampoco es un idiota. Lógicamente no me tomaría enserio y seguiría pensando que yo era una más de esas “amigas con derecho” de su hermano.
Baje la cabeza y camine hasta los ascensores. Opté por esperar allí a Tom.
Estaba un poco atosigada por tantas impresiones en este día. Claro y como no estarlo, si prácticamente Tom se me estaba desvistiendo en la cara y tentándome a entregarme a él.
Había sido una gran batalla la de hoy. Tuve que controlar mis instintos primitivos y el deseo de tener lo que más amo enfrente de mí. Seduciéndome.
Decidí llamar a mi hermana por celular. Pero recordé inmediatamente que a estas horas seguiría en clase con Tannen. Y si esa fea y gruñona maestra le encontrara el móvil seguramente se lo quitaría y la dejaría en detención hasta la tarde.
No podía hacerle eso a mi hermana. Así que deseché mi idea de pedirle consejo, pero necesitaba tanto su ayuda. Controlar esto para mí era una odisea. Digo estoy de acuerdo entre ella y yo había más fuerza en mí. Pero ella pensaba las cosas con más tranquilidad y con sensatez no por impulso como yo.
Estaba tratando de seguir su consejo, que actuara con prudencia. Pero era sumamente difícil. Seguramente cuando llegara a casa a descansar, yo caería como una piedra. Todo este esfuerzo me dejaría agotada. Y sin energía.
Pronto llego Tom y se paró de mi lado derecho. Me sonrió y se abrieron las puertas del ascensor. Ambos entramos a este. Y cuando menos me percaté estaba sola, en un cuarto de cuatro metros por cuatro metros, totalmente aislado de la demás gente, acompañada con Tom, que seguía mirando mi trasero.
Eché las pupilas a rodar. No me molestaba el hecho de estar sola con él, si no que todo lo viese con sexo. ¿Qué no podía pasar un solo día sin pensar en fornicar con alguien? ¿Acaso no podía mantenerse tranquilo al menos por un tiempo? Creo que la respuesta a esas preguntas era un rotundo ¡NO!
Bufé con fastidio. Y segundos después las puertas de abrieron en el estacionamiento. Un hombrecillo con gorro negro como de piloto de avión nos esperaba con semejante camioneta blindada y negra.
Se acercó a nosotros y comenzó a tratar de hablar en inglés.
--Mr. Kaulitz your car is ready—Le informo tartamudeando un poco.
--Disculpe señor, yo hablo español—Le informé para que no fuese despedido si no acataba alguna de las ordenes de Tom—Hable conmigo. ¿De acuerdo? Iremos a mi casa está en el Desierto de los Leones ¿Ok?
--Ok señorita—Estaba más relajado. Alguien que hablaba en su idioma sería quien lo dirigiría a su destino y no un alemán petulante.
Asentí con una sonrisa y me subí a la camioneta. Tom estaba justo detrás de mí.
Pronto nos encontrábamos en las calles de la Ciudad de México. Rumbo al sur, a la casa de mi hermana. Estaba un poco retirada pero bueno, allí se quedó mi Lincoln gracias a este sujeto con trenzas que tenía justo a mi lado izquierdo. Me miraba con insistencia. No le hice caso alguno, me concentre en darle las indicaciones al chofer para que llegase.
Cuando al fin llegamos a nuestro destino, le pedí al chofer que se estacionara o si quería pasar estaba bien. Este tomo la primera opción, esperar en el auto.
En cambio, Tom si accedió a pasar. Me había dicho que tenía sed. Así que tenía que darle agua al señor o se deshidrataría.
No quería ser la culpable de un daño permanente. Es evidente que era un sarcasmo. Así que de inmediato le di agua. Suerte que diana tenia “Evian” en su refrigerador. La marca predilecta de agua de Tom, de no haber sido así un drama existencial hubiese existido en este preciso momento.
Las dos horas de trigonometría con Tannen habían acabado al fin. Ahora tenía clases con Banner, el maestro más…vilipendiado en la escuela. ¿Por qué decía eso? Porque era verdad, Banner se dejaba mangonear por medio mundo. Por suerte yo aun no le falta al respeto a menos que el osara insinuarme algo como la vez pasada.
En las clases pasadas Banner dio a entender que yo distraía a mi compañero Ricardo y que por mi causa, nunca hacía absolutamente nada en clase.
¿Qué clase de estupidez es esa? Y eso no fue lo peor. Banner lo dijo de esta forma: “Diana te esta engatusando para que no hagas nada” ¿¡Qué mierda le pasaba!? .Yo jamás haría algo como eso. En primera porque Ricardo era mi amigo, impedía que yo me cayera de mi propia banca, ya que tengo una deficiencia de equilibrio. Y en segunda yo ya no pensaba en el amor. Eso era algo que me tenía sin cuidado desde hace mucho. Me había olvidado de que significaba amor.
Me levante con pereza de mi asiento en el salón de matemáticas para dirigirme al edificio ocho al salón seiscientos sesenta y seis. A clase con Banner.
Salí del edificio en el que me encontraba, y de inmediato una fina lluvia. Un chipi, chipi a decir verdad me sorprendió. Yo no traía impermeable ni nada. Así que me mojaría y quizá hasta me enfermaría de gripa o influenza.
Camine unos cuantos metros cuando de inmediato sentí un mareo horrible, o el piso se movía o yo estaba a punto de caer. Me sujeté de lo primero que tenía al alcance.
Creo que era un chico, no me preocupe por saber quién era, solo me sujete. Este no se molesto porque yo lo estuviese usando como soporte.
Cuando el mareo se pasó, abrí los ojos y me preparaba para ver quién era mi barandal de seguridad improvisado. Y no pude creer quien era.
Era aquel chico al que Jeanette había corrido por asustarme en el estacionamiento del centro comercial. El que me acosaba.
Lo único que se me ocurrió hacer fue correr hasta donde pude. Y tratar de esconderme. Afortunadamente mi cerebro conmocionado logro darle órdenes a mi cuerpo de que fuese al salón de literatura con Banner, entregarle el trabajo y con suerte del pánico que tenía me desmayaría. Eso me daría la justificación perfecta para irme a casa.
Y justo como lo había planeado, paso todo. Al pie de la letra.
Me habían autorizado el prefecto y el director a retirarme a mi casa, lo cual me daba muchísimo gusto.
No quería encontrarme de nuevo con ese tipejo. Era increíble que me estuviese siguiendo.
¿Qué si tenía un ataque de pánico? Si, si lo tenía, porque a lo mejor él iría en la misma preparatoria que yo, pero no era casualidad que estuviera detrás de mi o ¿Sí?
Me estaba siguiendo. Y eso me estaba causando un shock impresionante, tenía pánico también, miedo, ganas de gritar y hasta de cambiarme de país.
Corrí lo más rápido que pude hacia la salida del plantel. Ya allí afuera en la calle, opté por caminar un poco más a la parte trasera de la preparatoria, allí pasaría mi transporte. Un camión que me dejaría a unas escasas calles de mi casa.
Pensé en llamarle por celular a mi hermana, pero ella ahora estaría ocupada con Tom. Decidí mejor no hacerlo, no quería interrumpir.
El camión llego, le hice la parada y me subí a él. Me senté en el lugar del lado derecho, junto a la ventana, el sol estaba brillando y me calentaría. Aunque aún seguía el chipi, chipi el sol brillaba, podría llegar a hacerse un lindo arcoíris.
El camino a casa sería largo, al menos dos horas. Tenía suficiente tiempo para pensar en algunas cosas o en mí.
Inmediatamente en mi cabeza aparecieron de nuevo ese par de ojos cafés que me veían con hostilidad, con rabia y hasta con odio. Me estaba obsesionando con encontrar el porqué de esos ojos en mi mente. Era una cosa sin importancia, no encontraba la razón de ellos en mi mente, de su presencia a cada momento.
De verdad no sabía porque, además esos ojos no los había visto tan… opacos, tristes y desesperanzados como aquél día del concierto.
Incluso en las noches, me miraban cuando dormía, mis sueños estaban dedicados a ese par de ojos, y ellos al parecer también dedicaban su tiempo a mi persona.
Me miraban insistentes, esperando a que yo hiciese algo, a que cometiera algún error o no sé que estaban esperando, pero ahora estaban en cada recoveco de mi mente.
El chofer frenó de forma inesperada. No se había percatado de un alto. Y gracias a eso yo pude darme cuenta que la siguiente parada era donde yo bajaba.
El alto se quito y pude bajarme en la esquina. De allí camine hasta mi casa calle abajo. Llegando al pórtico giré la perilla, debía de haber alguien adentro, había gente afuera moviéndose, seguramente del servicio de grúas. Y cuando abrí la puerta allí estaba Tom Kaulitz Trümper, sentado en mi sala. Lo único que pude hacer fue soltar la mochila de sopetón, mirarlo una vez más.
--¡HAY NO MAMES!—Fue lo que salió de mi boca.
Jeanette me miro con suma tranquilidad, como si tener a Tom en mí sala fuera lo más habitual.
Me miro despreocupada y de nuevo se sentó en el sillón donde Tom se encontraba.
Este me miro extrañado, como si le sorprendiera mi presencia allí. Le susurró algo al oído a Jeanette y esta le explico no se qué cosa.
Yo seguía pasmada allí, echando raíces donde me encontraba parada.
--¡NO MAMES JEANETTE, NO MAMES!—Fue tan impresionante ver a ese… chico en mi casa.
--Cierra la boca que te entraran moscas—Me dijo, al parecer divertida
--Es que es impresionante—admití—Y creo que… desentona con mi sala.
--Si—Asintió—Y con todo lo que hay en esta casa.
--Oye…él—Comencé a hablar— ¿Se está tomando mi agua evian?
--Si.
--¿¡Qué!?—Creo haber gritado— ¿Y lo dices así de tranquila?
--Solo es agua…cálmate.

“Solo es agua” Si claro, como no. Ella no tenía que apretujar el sueldo de cada quincena para poder comprarse esa marca de agua. Por eso no le daba tanta importancia. Además eso no era lo que me molestaba, si no la forma en que me veía, como con… desprecio.
Está bien, estaba con Tom y todo eso, pero conmigo no tenía que actuar de esa forma tan dura.
Inmediatamente cerré la puerta de un punta pie, tome mi mochila del suelo y subí por las escaleras rumbo a mi habitación.
Si ella quería estar con él, pues estaba bien yo no interrumpiría. Mejor me podría a hacer mi tarea para no obstaculizar ninguna plática.
Quizá iría al supermercado por víveres. Se me estaba acabando la comida en la alacena, en días no habría nada, incluso ni agua.
Deje mi mochila en el piso de mi cuarto, tome del perchero mi impermeable y un bolso más pequeño, saque mi cartera de la mochila y baje a la estancia.
Decidí ir por la lista del súper a la cocina y allí estaba el desayuno que le había hecho a Jeanette, ni siquiera lo había tocado. Me dio coraje lo acepto. Pero solo tome lo que buscaba y salí de la casa. No tenía ganas de pasar un mal rato discutiendo.
Y mucho menos si ella estaba con su sueño hecho realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario